Inalcanzable, sabemos que existe, pero no cómo
llegar. Es esa persona que nos saca la mejor sonrisa, esa misma que el destino se
empeña en ubicar en el punto exacto para que nuestro camino tenga la ruta que
va hacia ella. Me gusta verla porque me gusta, sin motivo aparente. Es cómo el
sol al amanecer, o el ocaso del mismo. Aunque lo veamos, o sólo veamos su luz,
siempre lo esperamos. Después de una tormenta o un día nublado, con ansias
deseamos verlo asomarse, estemos donde estemos. Me gusta su piel, tan suave
como el terciopelo, tan delicada como una flor. No puedo alcanzar este anhelo,
simplemente porque me supera por mucho. No importa de cuanta voluntad se
cuente, no importa cuanto lo queramos. Ella es así, un sueño que aparece
estando despierto, una primavera en pleno florecimiento.
Y yo que pensaba que no se podía describir lo que
siento con palabras, y aunque sé que la tarea es difícil ella lo puede todo.
Puede ir a la luna y volver dejando su aliento, puede ser invisible y
desaparecer y seguir aquí dentro. Porque en definitiva ella no se va. Ni a
cientos de kilómetros la siento lejos, ni en otro planeta se borra el reflejo
de su mirada, y me veo envuelto en su calor, y se enfría todo en mí, si no la
pienso.
El tiempo y yo la vemos y no cambia. Pasan los años
y ella sigue intacta. No hay brisa que arrolle su fortaleza, no hay persona que
contamine su pureza. Tienen mil campos de batalla minados, tiene granadas
derramadas por toda la cama, y ni eso la hace retroceder. Tiene el mejor escudo
que alguien pueda tener, el valor. Está lista para atacar con su esencia, con
su forma de ser, y siendo uno mismo nada nos pueden vencer. Tratan de imitar su
belleza, tratan de ser como ella, y consiguen ser un nada absoluto.
El tiempo y yo jugamos esa partida pendiente de
apostarle al futuro. Nadie sabe quién pierde, ni quién se queda en la luz o en
el lado oscuro. Le dije una vez a ella que no tenía palabras y ahora no puedo
dejar de agrandar su persona. Le dije que si todos fallan, yo no la dejaría
sola. Y es que ella nunca se va, y por todo lo que sea mutuo merece la pena
luchar.
El tiempo y yo, y ahora es ella. Los tres nos
juramos no separarnos. El tiempo nos acompañará siempre, y de nosotros depende
seguir arriesgando. Correr riesgos nos hace crecer, si corremos el peligro, lo
sabremos superar tal vez, o tal vez en un segundo intento, o en un tercero, lo
importante es nunca dejar que el miedo y esa sensación de abandonarlo todo nos
gane.
Es
ella, la dueña del castillo, la reina de mi mundo. Nunca la sentiré lejos,
porque este cariño es tan profundo que no tiene fin, tan simple como eso, no
tiene fin. Y aunque el tiempo siga en pie y ella rompa el juramente, aunque
decida desplegar sus alas e irse muy lejos, la tendré en mí, lo que dura una
eternidad, la tendré en mí y de ahí nunca se irá.