miércoles, 17 de abril de 2013

La Tormenta Que Perece Porque El Tiempo Lo Merece

- Tengo miedo - dije en soledad. Pero aunque sabía que ese temor existía, muy pocas veces lograba darme cuenta de eso que lo provocaba. Tal vez era la misma soledad que me atormentaba. En ese momento no lo sabía, y ahora tampoco, las dudas viajan conmigo, como mi alma, que se apaga con cada decepción y tarda lo que una tormenta en sesar, lo que un huracán en dejar de girar, para volver a encederse. Mi única certeza se basaba en el hecho de sentirme solo. Solo como el ruido en el desierto, tan solo como el sol de cada día, como el cántico de un pájaro por la mañana. Y si, era motivo de preocupación para mi, aunque siempre estaba pendiente de las decisiones del tiempo. - Date tiempo, que todos lo necesitamos - me repetía una y otra vez, y así fue como se iba gastando la vida: con temor a la soledad. He llegado a conlcuir que estar solo no es tan malo. Cada uno tiene derecho a crear su propio espacio, el problema, creo yo, surge cuando no elegimos estar solo, sino que no lo podemos evitar.
Nos rodeamos de personas, por elección propia, pero... ¿Siempre es así? Hay muchos aspectos que nos condicionan a elegir a nuestros pares. Inconcientemente, claro, nos dejamos guiar por actitudes, por ciertos rasgos que no percibimos, pero sin embargo están tan presentes como sal en el mar. Hay veces varias en las que nos sentimos rechazados por esa persona que elegimos, y siempre volvemos a intentarlo. No nos rendimos facilmente, porque nuestros deseos pueden más que el alcance de la propia realidad. Y somos necios, no es novedad, que somos pretenciosos tampoco. Y a fin de cuentas a la fuerza tenemos que tomar decisiones, no tanto porque queramos, sino, porque la vida nos obliga.
- Hay que superar todo miedo para avanzar, y hay que avanzar para no temerle al tiempo futuro - decía mi mente, en tanto mi corazón se despedía de lo que sería esa última mueca en la puerta, ese último saludo de aquellas personas que no supieron ver lo que hay en mi, lo que soy, lo que me hace.
Las palabras suenan mejor con sentimientos, y provocan mucho ruido si la cabeza es protagonista de este juego. Esto es un juego, siempre. Un juego en donde nunca perdemos, porque si bien nos sentimos frustrados, con vanas oportunifades, no dejamos de tener siempre una mecha encendida de repuesto para seguir en este rumbo que es la vida.
Vida llana sin montañas, que se eleva y se hunde, vida torpe que tropieza sin que a nadie le pregunte. Vida nueva en la mañana, muerte lenta en las noches, soledades que acompañan, fuertes egos que destruyen.
Las nubes nos opacan, pero el sol siempre está del otro lado, es cuestión de saber qué camino tomar, son elecciones, no podemos saber que va a pasar. Arriesgarse parece la salida más convincente, porque ya no hay nada seguro por lo que nos podamos engañar. Todo es duda y misterio, intriga y también miedo, pero si nos dejamos arrastrar por la corriente, vamos a terminar como esa arena caliente de un día de playa en pleno verano, imposible de evitar, imposible de avanzar.
Y la vida pasa, y los miedos crecen, y la vida pasa, y los miedos se apropian de lo que soñamos. Y porque la vida no tiene freno, es necesario enfrentarlos, porque no somos menos, cada día que pasa, sumamos.