sábado, 11 de mayo de 2013

Es Ella

Inalcanzable, sabemos que existe, pero no cómo llegar. Es esa persona que nos saca la mejor sonrisa, esa misma que el destino se empeña en ubicar en el punto exacto para que nuestro camino tenga la ruta que va hacia ella. Me gusta verla porque me gusta, sin motivo aparente. Es cómo el sol al amanecer, o el ocaso del mismo. Aunque lo veamos, o sólo veamos su luz, siempre lo esperamos. Después de una tormenta o un día nublado, con ansias deseamos verlo asomarse, estemos donde estemos. Me gusta su piel, tan suave como el terciopelo, tan delicada como una flor. No puedo alcanzar este anhelo, simplemente porque me supera por mucho. No importa de cuanta voluntad se cuente, no importa cuanto lo queramos. Ella es así, un sueño que aparece estando despierto, una primavera en pleno florecimiento.
Y yo que pensaba que no se podía describir lo que siento con palabras, y aunque sé que la tarea es difícil ella lo puede todo. Puede ir a la luna y volver dejando su aliento, puede ser invisible y desaparecer y seguir aquí dentro. Porque en definitiva ella no se va. Ni a cientos de kilómetros la siento lejos, ni en otro planeta se borra el reflejo de su mirada, y me veo envuelto en su calor, y se enfría todo en mí, si no la pienso.
El tiempo y yo la vemos y no cambia. Pasan los años y ella sigue intacta. No hay brisa que arrolle su fortaleza, no hay persona que contamine su pureza. Tienen mil campos de batalla minados, tiene granadas derramadas por toda la cama, y ni eso la hace retroceder. Tiene el mejor escudo que alguien pueda tener, el valor. Está lista para atacar con su esencia, con su forma de ser, y siendo uno mismo nada nos pueden vencer. Tratan de imitar su belleza, tratan de ser como ella, y consiguen ser un nada absoluto.
El tiempo y yo jugamos esa partida pendiente de apostarle al futuro. Nadie sabe quién pierde, ni quién se queda en la luz o en el lado oscuro. Le dije una vez a ella que no tenía palabras y ahora no puedo dejar de agrandar su persona. Le dije que si todos fallan, yo no la dejaría sola. Y es que ella nunca se va, y por todo lo que sea mutuo merece la pena luchar.
El tiempo y yo, y ahora es ella. Los tres nos juramos no separarnos. El tiempo nos acompañará siempre, y de nosotros depende seguir arriesgando. Correr riesgos nos hace crecer, si corremos el peligro, lo sabremos superar tal vez, o tal vez en un segundo intento, o en un tercero, lo importante es nunca dejar que el miedo y esa sensación de abandonarlo todo nos gane.
Es ella, la dueña del castillo, la reina de mi mundo. Nunca la sentiré lejos, porque este cariño es tan profundo que no tiene fin, tan simple como eso, no tiene fin. Y aunque el tiempo siga en pie y ella rompa el juramente, aunque decida desplegar sus alas e irse muy lejos, la tendré en mí, lo que dura una eternidad, la tendré en mí y de ahí nunca se irá.